domingo, 16 de diciembre de 2012

Un mes después...

Si de verdad sucediese, he estado pensando en todas las cosas por las que debería arrepentirme o asuntos que debiera solucionar, cerrar. Tampoco me he parado a pensarlo detenidamente, no he empleando demasiado tiempo, quiero decir pero... no me salen las cuentas.
Perdería muchísimas cosas, claro está: mis amigos y mi familia, y todo el esfuerzo empleado en conseguir grandes logros.
Aparte de eso, nada.
No tendría nada más que perder, porque siento que, desde hace unos meses, ya lo perdí todo.
Parece tratarse de un asunto hiperbólico, aun así es como me siento, vacía.
Hay algo que he perdido y no voy a poder recuperar jamás, y lo mejor de este asunto es que nunca lo tuve. Supongo que solo el fin del mundo podría saciar el sufrimiento porque, después de todo, lo único que haría quitarme este peso de encima, el amargo peso del desamor, la tortura, la impotencia.
No tengo nada más que perder porque no existe nadie hoy por hoy, aparte de mi familia, que me importe más que él. Nadie.
No tengo nada que perder porque no tengo a nadie que me ame, ni nadie a quien amar.
Simplemente supongo que la muerte y la destrucción solo se llevaría mi soledad consigo y, muy a mi pesar, en el fondo es un alivio.
Si se acaba el mundo en cuatro días, hay una sola cosa de la que me arrepentiría y, de hecho, me arrepentiré siempre: no haberle besado cuando la ocasión se presentaba incluso casi obligada, a las 4:30 de la madrugada en esa ventana, en esa puta noche de Diciembre, tan fría que me persigue y aun se me adhiere a los huesos.

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