Es alto, algo ancho, moreno. ¿Es guapo? No lo sé. Solo sé que esa sonrisa que tiene eclipsa la atmósfera, eclipsa al Sol. Sus ojos son profundos, creo, apenas los miro; pero en ello cabrían dos lunas, estoy segura. Me gusta cómo camina, es gracioso. Pero me gusta más aun cuando se acerca sigilosamente, con gesto tímido, y me pregunta cualquier cosa que finjo contestar como si nada, como si no me hubiese quedado perpleja. Aunque parezca imposible que me guste más, lo hace más aun cuando se marcha, se mete las manos en los bolsillos, se gira para mirarme y sonríe -cuando lo hace, se le forman unas arrugas en los ojos y unos oyuelos en las comisuras de los labios-. O cuando pasa por delante de mi, agacha la cabeza y sonríe, mirando de reojo. Tiene dos lunares en la barbilla y uno al lado de la ceja derecha. Amor, amor eterno. Éxtasis.
¿Y yo? ¿Yo qué soy?
Ni siquiera pretendo esperar nada.
Sería ridículo.
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